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Mensaje  Invitado Mar Abr 24, 2012 2:45 am


Depresión... Ciertamente es una etapa en la cual todos nos vemos alguna vez en nuestras vidas. Sin embargo, no nos damos cuenta de que la tenemos... O sí lo hacemos y nos derrumbamos y caemos.
Yo creía que jamás volvería a experimentar esa sensación desde que superé el accidente de mi madre. Pero es que ahora estaba en otro momento crucial en mi vida, en el que otra vez me encontraba en punto muerto. No había forma de dar marcha atrás, pero tampoco veía la forma de reanudar el camino y andar hacia delante.

Respeto a cual es el motivo de mi depresión, ni yo lo sé. Barajaba distintas opciones esta noche: la soledad, la falta de actividades que satisfagan mis espectativas, la rutina, la muerte de una persona a la que conocía, las palizas de mi padre, la vuelta de Bronx a las drogas... El caso es que esa noche tomaría el tren de media noche que me llevaría a una nueva vida, y pese a las prohibiciones, llevaba en las manos una vieja licorera de mi padre, la cual saqué y pegué un trago al whisky que había en ella. Así, calenté mi garganta ante el frío y cruel clima y crucé la esquina que llevaba a los andenes principales. Cuando terminé mi trago segundos después ya había llegado al andén, que estaba completamente desierto.

Anduve unos pasos más de los debidos, cruzando una línea amarilla que se dibujaba sobre el suelo, en paralelo a la vía. Miré al suelo y acerqué un poco más mis pies hacia el vacío, de forma que las puntas de estos no apoyaban contra los viejos azulejos de la estación, sino que flotaban en el aire. Avancé unos milímetros más, y ya lo único que me sostenía en pie y evitaba que me cayera a las vías eran mis talones. Levanté la vista, sonreí, y pegué otro lingotazo a la licorera. En esos momentos era muy consciente de que si una mariposa se posara en mi sucia cazadora de cuerno negra, me haría perder por completo el equilibrio y caer a las vías. Era también muy consciente de que podría morir aplastado por un tren si eso ocurría. Pero también era muy consciente del hecho de que no había nada en mi vida que me hiciera sentir tan vivo como cometer este tipo de estupideces.

Entonces un temblor azotó el suelo de la estación y me hizo tropezar. El tren estaba apunto de llegar. Proferí un grito ahogado al ver que uno de mis pies resbalaba y quedaba suspendido en el aire, sobre una de las vías debido a la sacudida. Por suerte, el talón que aún seguía apoyado en el suelo fue suficiente para no dejarme caer, de forma que todo quedó en un susto que podía haberme ahorrado.
Avancé hacia el interior y crucé de nuevo la línea amarilla, que ahora se me antojaba como la línea que separaba la vida de la muerte. Supongo que el whisky empezaba a hacerme alucinar. El pulso ni si quiera se me había acelerado, de hecho lo comprobé llevándome la mano al pecho. Nada, ni una pulsación fuera de tono. Eso me hizo aceptar que estaba realmente más mal de lo que yo creía.

Eché un rápido vistazo al panel: 20 segundos para el siguiente tren.

Eché la cabeza hacia atrás y miré al cielo. Desde ese lugar podía mirarse el cielo estrellado sin una nube. Las estrellas titilaban tan a lo lejos que enseguida me hipnotizaron y comencé a divagar en las formas en que estas se disponían en el cielo... un frío extraño se apoderaba de mi, sin saber si era fruto de la noche cerrada u ocasionado por mi depresión. Me abracé a mi mismo frotándome los brazos, y saqué un cigarrillo.
Lo encendí cuidadosamente y dejé que volara libre el humo espeso y blanquecino que salió de él, muy lentamente, al tiempo que reconocía la canción en mi reproductor de música. Se tratada de Losing my religion de REM.

Las estrellas del cielo se escondieron por la luz de los faros de un tren que ya llegaba, y que frenó a mis espaldas con un ruido chirriante. Tomé una honda calada a mi cigarro y me di media vuelta con una sonrisilla tonta en el rostro.
Allí estaba él, justo como habíamos quedado.
—Hola, capullo. —Saludé a mi amigo, que permanecía sentado en el centro de la fila de asientos, y entré en el vagón cruzando por última vez la línea que separa la vida, de la muerte.
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